Beatniks

En 1945, los jóvenes escritores Jack Kerouac (del lado izquierdo en la foto) y Allen Gínsberg, de veintitrés y dieciséis años respectivamente, conocieron, cada quien por su lado, a William Burroughs en la Universidad Columbia de Nueva York. Burroughs, nieto del dueño de la compañía de máquinas registradoras, tenía treintaiún años y, a pesar de que se había graduado en Harvard, era un gran conocedor de literatura, sicoanálisis y antropología; además, le gustaba la morfina y la heroína. De más está decir que impresionó profundamente a los chavos, quienes lo tomaron como una especie de tutor, de gurú, a la vez que establecían una gran amistad entre ellos dos. Más tarde se les unieron los poetas Gregory Corso y Gary Snyder, el novelista John Clellon Holmes y el loco de tiempo completo Neal Cassady (Dean Moriarty en En el camino). Todos coincidían en una profunda insatisfacción ante el mundo de la posguerra, creían que urgía ver la realidad desde una perspectiva distinta y escribir algo libre como las improvisaciones del jazz, una literatura directa, desnuda, confesional, coloquial y provocativa, personal y generacional; una literatura que tocara fondo.
Todos estuvieron de acuerdo también en consumir distintas drogas “para facilitar”, decía, muy serio, Allen Ginsberg, “el descubrimiento de una nueva forma de vivir que nos permitiera convertimos en grandes escritores”. En un principio le tupieron a las anfetaminas (la vieja benzedrina con forma de corazón), pero también a la morfina, el opio, la mariguana y por supuesto a todo tipo de alcohol. Fueron pioneros de los alucinógenos, peyote en un principio, y por allí consolidaron su interés por el orientalismo y el misticismo. Por cierto, en eso de atacarse para crear, los antecesores de estos gringabachos fueron los muralistas mexicanos, quienes, en una asamblea a fines de los años veinte, a su vez acordaron, por aclamación, fumar mariguana para pintar mejor, ya que, según Diego Rivera, eso hacían los artistas aztecas en sus buenos tiempos. El único que no asistió a la asamblea fue Orozco, pero este protopunk maestro mandó decir que si bien usualmente Diego sólo proponía estupideces, en esa ocasión lo apoyaba sin reservas.
En 1948, Jack Kerouac bautizó a su grupo y a la vez definió a la gente de su edad: “Es una especie de furtividad, como que somos una generación de furtivos”, le dijo a Clellon Holmes, quien lo transcribió en Go, la primera, y según dicen muy buena, novela sobre los beats, publicada en 1952; “una especie de ya no poder más y una fatiga de todas las ormas, todas las convenciones del mundo... Por ahí va la cosa. Así es que creo que puedes decir que somos a beat generation” o sea, una generación exhausta, golpeada, engañada, derrotada. Herb Huncle (célebre conecte y gandalla intelectual de Times Square que surtía a
William Burroughs) le había pegado a Kerouac ese uso la palabra “beat”, y a su vez él lo
había levantado del ambiente del jazz y la droga, donde, por ejemplo, se decía: “I’m beat right down to my socks”, algo así como “estoy molido hasta las chanclas”, “estoy madreadísimo, “ya no puedo más”. Otros dicen que “beat” más bien significaba “engañado”, es decir, que la droga que se conectó era chafa. En todo caso, también usaban el término como participio del verbo “to beat” (debería ser “beaten”, pero en las mutaciones alquímicas del caló el sufijo se perdió), así es que para Kerouac “beat” también implicaba “golpeado” y “derrotado”. Con el tiempo la palabra derivó en “beatnik” y, por supuesto, en Beatles. Años
después, Allen Ginsberg diría que “beat” era una abreviación de “beatífico” o de beatitud”; Jack Kerouac coincidió, y en el camino asentó, refiriéndose a Neal Cassady-Deafl Moriarty:
“Era Beat: la raíz, el alma de Beatífico.” Los dos tenían razón pues la religiosidad era profundísima entre los beats, además de que se caracterizaron por la entrega y la devoción con que emprendieron sus proyectos, por lo que pueden considerarse como individuos de una pureza insólita en tiempos cada vez más corruptos y deshumanizados. Los beats, como muchos jipis después, sin dejar de ser unos cabrones a su peculiar manera, en verdad fueron puros, porque no se contaminaron con la mierda circundante.
Era hasta cierto punto normal que en países como Francia e Inglaterra surgieran grupos de jóvenes desencantados después de los horrores de la guerra, pero resultaba cuando menos un síntoma preocupante que en el país más rico, el vencedor de la guerra, el temible gendarme de las armas nucleares, un grupo de jóvenes no sólo rechazara el “mito americano”, sino que se considerase agotado, golpeado, vencido, engañado. Era una muestra irrebatible de que detrás de su fachada de Happy Disneylad, Estados Unidos
desgastaba precipitadamente sus mitos rectores: el país del destinomanifiesto, de los valientes y libres, donde todos pueden ser millonarios.
En los cincuenta, Burroughs vino a México y se dedicó de lleno a pilotear todo tipo de drogas, pero las cosas se echaron a perder cuando, accidentalmente, metió una bala en la frente de su esposa. Después viajó por muchas partes y en París publicó, en Olimpia Press, la editorial de libros escandalosos de Maurice Girodias, Junkie (que en México debería ser Tecato) y El almuerzo desnudo con el seudónimo William Lee (el nombre con que aparece en En el camino; por cierto, fue Kerouac quien sugirió el título The naked lunch). Después vendrían los juicios por obscenidad, el aval de la crítica y de escritores clave de Estados Unidos, y otros libros importantes, como The soft machine y Nova Express. En realidad, Burroughs siempre reconoció una gran amistad con Kerouac y Ginsberg, pero pintó su raya ante el movimiento beat, así es que, en cierta manera, hay que considerarlo aparte.
Los demás emigraron a San Francisco. Allí se consolidaron como un grupo de cuates escritores, en su mayoría poetas. Se reunían en City Lights Bookstore, la librería y después editorial de Lawrence Ferlinghetti; prepararon lecturas, antologías, traducciones, publicaciones. Se hicieron notar en el medio literario de Estado Unidos (es decir, de Nueva York) y fueron descalificados tajantemente por “antiintelectuales” y “antiliterarios”. Además de los que llegaron del este, y de Ferlinghetti, en San Francisco eran beata Michael
McClure, Lew Welch, Philip Lamantia y Philip Whalen, entre otros. Por otra parte, Charles Bukowsky y Philip K. Dick no fueron beata pero coincidieron en el espíritu. En un momento, Norman Mailer estuvo muy cerca de ellos. Esta Generación Madreada era una continuación directa de la Generación Perdida, que, con Scott Fitzgerald y Hemingway a la cabeza, había surgido treinta años antes, después de la primera gran guerra, sólo que con menos decibeles. Los beats definitivamente fueron más acelerados porque su contexto era más oscuro.
En 1956 apareció Aullido y otros poemas, de Allen Ginsberg, y en 1957, En el camino, de Jack Kerouac. Desde un principio los dos libros causaron sensación. Aullido fue llevado a los tribunales por un grupo de ancianos bajo la acusación de obscenidad, pero en 1957 ganó el juicio, pues el juez determinó que la poesía de Ginsberg tenía una “redentora importancia social” y se convirtió en texto de culto porque fue una revolución poética que consteló el alma de muchos que se ludiaban insatisfechos en el orden existente. Ginsberg escribió el poema después de una tremenda sesión de dos días en la que se metió peyote
(para inducir visiones), anfetaminas (para disponer de potencia) y dexedrina (para estabilizar la experiencia). Desde el primer momento supone que le había salido algo extraordinario y, para estrenarlo como se merecía, organizó una lectura, ahora legendaria, en la Six Gallery de San Francisco, con Kenneth Rexroth como emcee y Michael McClure, Phil Wallen, Gary Snyder, Philip Lamantia y Lew Welch también como lectores. Se cuenta que el lugar estuvo retacado. Kerouac hizo una cooperacha y compró varios galones de vino que circularon libremente, así es que pronto la gente le gritaba a los poetas como si fueran músicos en
concierto. El clímax por supuesto tuvo lugar cuando Ginsberg entonó su poema, prendido como nunca, y el público quedó feliz e impresionado.
“Después todos nos fuimos y nos seguimos emborrachando”, contó Jack Kerouac, quien también decía:
“A mí, el whisky me gusta duro, me gusta el sábado en la noche y ponerme loco en la cabaña, me pasa que el sax tenor toque como vieja loca, me gusta estar hasta la madre cuando se trata de estar hasta la madre”. 
Y de escribir sin parar cuando se trata de escribir, se podría agregar. Un ideal de los beats era dar una primera versión definitiva, que no requiriera de corrección alguna, y Kerouac escribió En el comino durante
tres semanas casi sin comer ni dormir, en estado de trance y en un rollo kilométrico de papel para teletipo, pues no quería parar ni para cambiar de hoja; después no corrigió ni reescribió nada, salvo una parte que desapareció porque su perrito se comió un cacho del gigantesco rollo de papel. Kerouac envió ese mismo rollo a la editorial Hartcourt Brace, donde se aterraron y por ningún motivo quisieron publicarlo, a pesar de que atrajo la atención del crítico Malcolm Cowley. Durante varios años, mientras no paraba de escribir otros libros ahora célebres, Kerouac reescribió su novela y la envió a distintas editoriales; todas la rechazaron, hasta que la publicación de fragmentos en The Evergreefl Review y The Paris Review lograron que la editorial Viking la contratara con un adelanto de mil dólares. A fin de cuentas, Kerouac tuvo que soportar que le corrigieran la puntuación e hicieran cambios mínimos; por su parte, aprovechó el viaje para suprimir las referencias a la relación homosexual de Ginsberg y Cassady. El éxito fue instantáneo. Kerouac fue asediado por la prensa y la televisión, y la vida “en el camino” se volvió fascinación colectiva; no sólo agotó cientos de miles de ejemplares sino que, como decía Burroughs, “vendió un trillón de pantalones Levis, un millón de máquinas de café exprés, y mandó a miles de chavos al camino”
En 1957 los soviéticos pusieron en órbita el primer satélite espacial, el Sputnik, y a Herb Caen, periodista de San Francisco, se le ocurrió el término beatniks, que venía a ser lo mismo que “generación beat” pero con una amplitud de frecuencia mayor. Vanos jóvenes adultos efectivamente eligieron “el camino” y salieron a rolarlo a su manera: tomaban café exprés de día, pues de pronto abundaron los cafés y bares beat, y se reventaban de noche; oían jazz, leían a los beats. La revista Mad los dibujaba con barbita, bigote, pantalón vaquero, huaraches y ¡boina! Los beatniks se hicieron sumamente conocidos, pero como moda duraron poco pues representaban algo que horrorizaba a la gentedecente; sin embargo, durante un tiempo fueron tema de chistes, chismes, caricaturas, programas y reportajes; por supuesto también de satanizaciones, represiones, adhesiones, discusiones y definiciones.
Fue célebre, por ejemplo, la distinción que Norman Mailer hizo entre beatniks y hipsters, a los que definía como “negros blancos, aventureros de la ciudad, merodeadores de la noche, sicópatas filosóficos”. Pero en realidad, el término hipster, que dio origen a hippie, prácticamente es sinónimo de beat. Si acaso el hipster sería un poco más grueso y violento que el beat. Bruce Cook dice que la palabra se originó, otra vez, entre los negros del jazz y de la droga. En un principio era “hep” y significaba “una calidad intuitiva de entendimiento instantáneo”. Después se convirtió en “hip”, y ya en los cuarenta el término era tan común que había un jazzista llamado Harry The Hipster Gibson. A fin de cuentas, lo hip es lo que está en onda, y “hipster” es el que agarra la onda, un “macizo”. En ese sentido aparece continuamente en Aullido y En el camino. “Hippie” a su vez equivale a “machín”. A fin de cuentas, a Kerouac no le gustó el éxito y prácticamente desapareció del mapa. Se fue a Lowell, Massachusetts, su pueblito natal, y allí, aunque no t.an
aferradamente como J. D. Salinger, tomó los periodistas y redactores de tesis universitarias. Poco antes de morir, en 1969, hizo una reaparición pública que decepciono a sus amigos y fans, ya que se vio muy reaccionario. Ginsberg, por su parte, siempre tuvo vocación para el estrellato y sus presentaciones se volvieron legendarias porque eran ricas en recursos e ingenio, con música, percusiones, proyecciones y desplantes anticonvencionales, tomo la célebre ocasión en que alguien del público le preguntó qué pretendía probar con su poesía.
“La desnudez”, respondió. “¿Pero qué quiere decir con eso?”, insistió el cretino, así es que Ginsberg se encueró allí mismo. Después de Aullido produjo otro gran poema, Kaddish, y en los sesenta los jipis lo reconocieron como su Gran Precursor también viajó a la India y a Japón, donde tuvo un gran cambio espiritual que como era de esperarse reportó después en su poema ” The change”; fue una especie de satori, una iluminación que peo aceptarse tal cual era y conciliar sin conflictos sus contradicciones, sus lados apolíneo y dionisiaco, las bodas del cielo y el infierno. Fundó Naropa, un centro cultural-espiritual en Boulder, (‘obrado, pero nunca dejó de participar intensamente en la militancia pacifista. Con Philip Glass hizo “The hydrogen jukebox" y siempre ha estado en el candelero, a pesar de que los años setenta no fueron favorables a los beats.
En los noventa, en cambio, los beatniks resurgieron con gran fuerza. Primero vino el auge de Burroughs, el Heavy Metal Thunder, como gran padre de la contracultura y la macicez: se filmó El almuerzo desnudo y él mismo ha aparecido como actor en películas, especialmente memorable en Drugstore cowboy, de Gus Van Sandt, además de que ha hecho célebres grabaciones con grupos de rock. Inmediatamente después vino el renacimiento de Kerouac, Ginsberg y de los beatniks en general. Sus libros, y parafernalia que los acompaña, han sido solicitadísimos. Esto corrobora que los beatniks se adelantaron tremendamente a su tiempo. Junto con gente como D. T. Suzuki, Aldous Huxley, C. O. Jung, R. Gordon Wasson, María Sabina y otros, desde los años cincuenta previeron los cambios en el ser humano que se manifestarían a fin del milenio y diseñaron nuevas, más funcionales, rutas de acceso al alma y el espíritu.
Los beatniks constituyeron un fenómeno contracultural. Compartieron el desencanto de los existencialistas pero le dieron un sentido totalmente distinto. La literatura fue su gran vía de expresión. También crearon un lenguaje propio. Exploraron su naturaleza dionisiaca y favorecieron el sexo libre, el derecho al ocio, ¡la hueva creativa!, y a la intoxicación; fueron hedonistas y lúdicos; consumieron drogas para producir arte, para dar mayor intensidad a la vida y para expander la conciencia; manifestaron una religiosidad de inclinaciones místicoorientalistas, y el jazz fue su vehículo musical; rechazaron conscientemente el sistema y siempre dejaron ver una conciencia política traducida en activismo pacifista. Casi todo esto sería asumido por los jipis en los años sesenta.
En México se dieron pocos beatniks. El más connotado de todos fue el poeta Sergio Mondragón, quien con su entonces esposa Margaret Randall fundó El Corno Emplumado, una excelente revista literaria, bilingüe, donde publicó la plana mayor de los poetas beat de Estados Unidos. A principios de los años sesenta, Mondragón y Margaret Randall conocieron a Philip Lamantia, quien, siguiendo los pasos de Burroughs y Kerouac vivía en México en la calle Río Hudson, muy cerca del departamento de Juan José Arreola. Después llegó el poeta Ray Bremser, quien había estado preso en Texas por posesión de mariguana y se mudó a México para el destraume. En casa de Lamantia, además de Bremser, se reunían Randall y Mondragón, los jóvenes poetas Homero Aridjis y Juan Martínez, hermano del crítico José Luís Martínez; el pintor, ya fallecido, Carlos Coffeen Serpas y los nicaragüenses Ernesto Cardenal y Ernesto Mejía Sánchez. Después fue a visitarlos Allen Ginsberg y así se consolidó el carácter beat del grupo.
Un activo promotor de los beatniks fue Cardenal, quien, como se sabe, además de poeta era sacerdote. Cardenal había salido de Nicaragua para ingresar en el monasterio de los trapenses en Kentucky, donde hizo una gran amistad con Thomas Merton; sin embargo, tuvo que irse de allí ya que los trapenses le prohibieron escribir poesía. En México se instaló en el monasterio de benedictinos en Cuernavaca, cuyo prior era Gregorio Lemercíer (quien escandalizó a la iglesia católica cuando instauró el sicoanálisis entre sus monjes). En Cuernavaca, Cardenal atendía religiosamente a sus amigos beats; los confesaba, ofició el matrimonio de Philip Lamantia y también bautizo algunos de los hijos de los beatniks que visitaban México. En el Distrito federal, asistía a las reuniones en casa de Lamantia, donde todos se leían sus poemas. Allí, Sergio Mondragón tuvo la idea de fundar El corno, que llevó la poesía beatnik a varios poetas latinoamericanos, especialmente al grupo colombiano de los nadaístas y a los tzantzicos de ecuador. También organizaron lecturas en el célebre café El Gato rojo, donde Lamantia tocaba jazz con su saxofón. Margaret Randall se mudó después a Cuba y en los ochenta logró ganarle un pleito legal al gobierno de Estados Unidos, que se negaba a restituirle su ciudadanía. Mondragón, por su parte, se clavó en el budismo y ya entrados los sesenta se fue a Japón, donde se rasuró la cabeza e ingresó en un monasterio zen. En los setenta estaba de retache; escribió varios libros de poemas e hizo un espléndido trabajo como promotor cultural en los años ochenta. Otro gran personaje que puede considerarse de estirpe beat es el pintor y neólogo Felipe Ehrenberg, que siempre ha estado con los machines y los jodidos. Y (textualmente) el loco de Parménides García Saldaña, quien fue un erudito en cultura beatnik y beat antes del surgimiento de la onda.
Muchos años después, en los ochenta, los poetas Pura López Colome y José Vicente Anaya, cada quien por su lado, se especializaron en los beatniks, los tradujeron y retradujeron. Habría que revisar las versiones de Anaya, no vayan a estar como las que hizo con los poemas de Jim Morrison. Y en los noventa, Jorge García-Robles se especializó en William Burroughs Y publicó los libros La bola perdida y Drogas. La prohibición inútil. De auténtica alma beat también resultó el poeta José de Jesús Sampedro, el terror de Zacatecas, y a su manera, el también poeta Marco Antonio Jiménez, hombre fuerte de Torreón, y por supuesto el reverendo Alberto Blanco, quien publicó su poesía en inglés en City Light Books, la editorial de los beatniks.

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