"El sueño ha terminado" |
Hacia 1974 se habló, con una insistencia que más parecía campaña, de la muerte del rock. Naturalmente se trataba de un wishful thinking o del viejo truco de ver si al decir una cosa ésta se volvía realidad. Lo que sí resulté claro fue que había quedado atrás una fase de la contracultura, la romántica, paz-y-amor, de los sesenta. Los nuevos tiempos venían especialmente oscuros. Algunos, pocos, de los que circularon en la onda o que de plano fueron jipitecas de alguna manera se las arreglaron para conservar sus ideas, lo era relativamente fácil en el lado espiritual, pero la mayor parte se integré en el sistema, aunque nunca dejó el gusto por el rock, al menos el de los sesenta, y ocasional o consuetudinariamente, se daba sus toques.
Todo indicaba que las premisas esenciales de la contracultura habían sido notablemente epidérmicas (Juan Villoro lo ejemplifica con el ex sesentero que sin darse cuenta tararea “Satisfacción” al hacer cuentas con su calculadora portátil), y en buena medida lo fueron, pero, sin embargo, quedó un desencanto y una desconfianza hacia el sistema en general; se aceptaba, pero nadie se creía ya los viejos mitos. Se dijo entonces que las utopías habían muerto, lo cual demostraba su inoperancia. Es verdad que la revolución sicodélica era una franca utopía, y en México después de 1968 no se la tragaron muchos, pero lo importante era el mito en que convergían todos porque le daba un sentido trascendente a la vida; lo importante eran los ideales, la exploración de la mente y el señalamiento de una realidad cultural que requería corregirse.
No se decía, además, que el sistema había cerrado filas contra las rebeliones estudiantiles y la contracultura, así es que las esperanzas de un mundo mejor en el individuo, en la sociedad y la naturaleza no murieron por causas naturales sino que fueron aplastadas después de una guerra intensa, sucia y desigual. Los grupos dominantes, políticos y financieros, programaron una contrarrevolución cultural a través de la satanización de las drogas, la mitificación del narcotráfico como villano internacional, el amarillismo sobre el sida, la identificación del comunismo como terrorismo y del terrorismo como manifestación del demonio. Ya todo se había consumado. No tenía caso rebelarse, había que entrarle al juego con todo y sus inconcebibles reglas, la llamada economía de mercado o neoliberalismo, y aceptar la manipulación de los derechos, la disminución de las libertades, el aumento de la represión y la intimidación, y el avance incontenible de la miseria moral y material.
Todo esto significó un oscurecimiento paulatino de los estados de ánimo. En el rock de los sesenta primero cobraron fuerza corrientes aparentemente antitéticas, pero oscuras, como el rock progresivo y el metal pesado, que por supuesto representaban las tendencias más desarrolladas y las más viscerales entre los jóvenes (en México, también una distinción de clase) pero éstas fueron hechas a un lado brutalmente con el surgimiento del rock punk, pero ese ya será tema para otro artículo.